domingo, 15 de agosto de 2021

LA DANZA DE DANZIG

  

LA DANZA DE DANZIG 

En un puesto fronterizo sobre el río Fístula Vístula, Polonia, madrugada del 1 de septiembre de 1939, viernes (o cómo empezar mal un fin de semana), un «Fritz», un soldado alemán cualquiera, llega con su casco Stahlhelm, con su mochila Tornister, con su máuser y con sueño ante la barrera.

     Guten Abend, digo buenas noches.

—¡¿Quién va?! —grita Pawel, soldado polaco, que dormitaba, pensando si no ha soñado la voz.

—Gente de paz.

—…Buenas madrugadas querrá usted decir, buen hombre. —Pawel vislumbra aquella aparición tinieblosa—. ¿Qué desea, amigo?

—Verá…, me presento: Soy Fritz Müller, soldado raso alemán. Venía con unos amigos (yo me he adelantado un poco, como el Adelantado de Castilla). Vamos en dirección a Prusia Oriental, pero pensamos quedarnos a medio camino: Vamos a Danzig.

¿Dancing? ¿A bailar?

—No, no, a la Ciudad Libre de Danzig.

—Aah, ¿hasta la misma ciudad?

—Hasta la misma cocina del último restaurante de ella.

—Mm… —Pawel se queda pensando si levantarle o no la barrera—. ¿Y cuántos son ustedes?

—Apenas dos millones.

Se produce un silencio en el que sólo se oye a los grillos. La noche es oscura como boca de lobo y como sobaco de grillo.

—Sí que tiene usted una buena cuadrilla…

—Ya ve. Bueno, ¿me abre?

—Mm… Creo que no. Y dígame: ¿Por qué corre usted tanto?

—Ah, porque soy «el corredor de Danzig».

—…No había visto un caso como éste…

—Sí, es un caso en blanco, «Fall Weiß»

En ese momento —en este momento que usted lo lee— llega un estruendo formidable desde el puerto de Westerplatte.

¡¿Qué es eso?! ¿Un trueno?

—Más bien un relámpago, llamémoslo «Blitzkrieg»

Pawel, que es un poco pavo el hombre, dice:

«Blitz…». Pero, amigo, ¿qué pretenden ustedes? ¿No estarán pensando liarla aquí dentro…?

—Sólo queríamos salir a dar un paseo, mein Freund…, estirar un poco las piernas, un poco de espacio, de «Lebensraum»… Venga: no nos peleemos, hagamos usted y yo un pacto de no agresión, ¿eh?

—¿Como el que han hecho con los rusos? ¿O como el que hicieron con los ingleses?

—No, como el que firmamos con ustedes los polacos…

Pawel ve surgir unos cuantos blindados a las espaldas de su amigo Fritz —unos cuanto miles—, y oye las trompetas de Jericó de los stukas llamando a la muerte, y, aunque le cueste el puesto —fronterizo—, empieza a preparar el petate.

—Está bien —dice Pawel—. Usted gana. Le abro. Le abro y me abro… Haga lo que le parezca, como si estuviera usted en su casa.

—¿Y a dónde se marchará usted, buen hombre?

—A algún lugar donde no pueda meterme en problemas, más allá del arcoíris… Porque aquí veo que se va a liar parda. Y no lo digo sólo por el uniforme de su Partido… Creo que me iré a la otra punta del mundo. Me meteré en algún agujero lo menos los próximos 5 años. Aunque tenga que irme a la China.

Y le replica y le sugiere el bueno de Fritz:

—Mi cuñado estuvo en oriente el año pasado. Le recomiendo un sitio tranquilo donde esperar: Nagasaki.


Diego Fdez. Sández