LA DANZA DE DANZIG
En un puesto fronterizo sobre el río Fístula
Vístula, Polonia, madrugada del 1 de septiembre de 1939, viernes (o cómo
empezar mal un fin de semana), un «Fritz», un soldado alemán cualquiera, llega
con su casco Stahlhelm, con su mochila Tornister, con su máuser y con sueño
ante la barrera.
—Guten Abend, digo buenas noches.
—¡¿Quién va?! —grita
Pawel, soldado polaco, que dormitaba, pensando si no ha soñado la voz.
—Gente de paz.
—…Buenas madrugadas
querrá usted decir, buen hombre. —Pawel vislumbra aquella aparición tinieblosa—.
¿Qué desea, amigo?
—Verá…, me presento: Soy
Fritz Müller, soldado raso alemán. Venía con unos amigos (yo me he adelantado
un poco, como el Adelantado de Castilla). Vamos en dirección a Prusia Oriental,
pero pensamos quedarnos a medio camino: Vamos a Danzig.
—¿Dancing? ¿A bailar?
—No, no, a la Ciudad
Libre de Danzig.
—Aah, ¿hasta la misma
ciudad?
—Hasta la misma cocina
del último restaurante de ella.
—Mm… —Pawel se queda
pensando si levantarle o no la barrera—. ¿Y cuántos son ustedes?
—Apenas dos millones.
Se produce un silencio en
el que sólo se oye a los grillos. La noche es oscura como boca de lobo y como
sobaco de grillo.
—Sí que tiene usted una
buena cuadrilla…
—Ya ve. Bueno, ¿me abre?
—Mm… Creo que no. Y dígame:
¿Por qué corre usted tanto?
—Ah, porque soy «el corredor de Danzig».
—…No había visto un caso
como éste…
—Sí, es un caso en
blanco, «Fall Weiß»…
En ese momento —en este
momento que usted lo lee— llega un estruendo formidable desde el puerto de
Westerplatte.
—¡¿Qué es eso?! ¿Un trueno?
—Más bien un relámpago,
llamémoslo «Blitzkrieg»…
Pawel, que es un poco
pavo el hombre, dice:
—«Blitz…». Pero, amigo, ¿qué pretenden ustedes? ¿No estarán pensando
liarla aquí dentro…?
—Sólo queríamos salir a
dar un paseo, mein Freund…, estirar
un poco las piernas, un poco de espacio, de «Lebensraum»…
Venga: no nos peleemos, hagamos usted y yo un pacto de no agresión, ¿eh?
—¿Como el que han hecho
con los rusos? ¿O como el que hicieron con los ingleses?
—No, como el que firmamos
con ustedes los polacos…
Pawel ve surgir unos
cuantos blindados a las espaldas de su amigo Fritz —unos cuanto miles—, y oye
las trompetas de Jericó de los stukas llamando a la muerte, y, aunque le cueste
el puesto —fronterizo—, empieza a preparar el petate.
—Está bien —dice Pawel—.
Usted gana. Le abro. Le abro y me abro… Haga lo que le parezca, como si
estuviera usted en su casa.
—¿Y a dónde se marchará
usted, buen hombre?
—A algún lugar donde no
pueda meterme en problemas, más allá del arcoíris… Porque aquí veo que se va a
liar parda. Y no lo digo sólo por el uniforme de su Partido… Creo que me iré a
la otra punta del mundo. Me meteré en algún agujero lo menos los próximos 5
años. Aunque tenga que irme a la China.
Y le replica y le sugiere
el bueno de Fritz:
—Mi cuñado estuvo en
oriente el año pasado. Le recomiendo un sitio tranquilo donde esperar:
Nagasaki.
Diego Fdez. Sández
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